junio 05, 2005

Por una redefinición de los Derechos Humanos en la América Global

Por una redefinición de los Derechos Humanos en la América Global

Por Víctor López Jaramillo

La imagen es idílica, casi perfecta: la humanidad entera viviendo sin fronteras, totalmente comunicada y comerciando en una aldea armoniosa que sería la envidia de Astérix y sus irreductibles galos.

Ese es el nuevo modelo que se nos presenta como el anhelo de la humanidad. Estamos a un paso de la tierra prometida, del mundo soñado, la Utopía. Pero ahora se llama Globalización.

Todos somos habitantes de la Aldea Global, tal y como lo previó el estudioso de la comunicación Marshall McLuhan hace casi cuarenta años, aunque como dijo entonces: “no la apruebo, simplemente vivimos en ella”.

Aunque cabe aclarar que el concepto de Aldea Global que se nos presenta ahora como panacea de la humanidad es completamente distinta de la que planteó McLuhan, a quien podríamos llamar simplemente el padrino de bautizo.

La nueva Aldea que se nos vende es la culminación de la integración de la humanidad. Con la globalización se acabarán los rezagos sociales e incluso Bill Gates, el multimillonario vendedor del software Windows dice que la pobreza se erradicará conforme haya más conexiones de internet y se conecte al comercio globalizado.

En un mundo feliz no caben las dudas. Sin embargo todo indica que la globalización no es más que un concepto en la era de las marcas comerciales que hemos comprado para disfrazar una nueva forma de colonialización.

Surgen varias dudas. La primera es ¿La Globalización es esa tierra prometida? O mejor aún ¿Qué es la globalización? Y de ahí se desprenden más. ¿Si la globalización es la Utopía, por qué ha polarizado al mundo y hay quienes buscan una alternativa? ¿Si es un mundo idílico, la defensa de los Derechos Humanos sale sobrando? ¿O acaso el discurso de la Aldea Global encubre una flagrante violación a los principios fundamentales del hombre?

Adam Smith y el mercado perfecto
Hoy es primero de junio. El tiempo de lluvias ya empezó y mi computadora conectada a internet, ese camino de la Aldea Global, me informa que en Querétaro el clima es soleado y que si vivo en Londres me prepare porque por la tarde lloverá y la niebla cubrirá parte de la ciudad.

También veo que un argentino vende unos tenis Nike en sólo 50 dólares, más lo que me cueste el envío desde Buenos Aires. A la par, David Beckham, el icono del fútbol inglés y estrella del globalizado equipo de fútbol Real Madrid, acaba de presentar en Nueva York la nueva línea de accesorios Adidas para jugar balompié. También dudo en adquirirlos, no porque no me interesen, sino que, como media humanidad, carezco del dinero para comprar unos tenis y sentirme la estrella del barrio.

¿Es esto la Globalización? La palabra ha sido tan gastada que cada uno tiene su definición y ninguna se parece a la otra. Se condena o se adora, pero uno no puede mantenerse indiferente ante la globalización.

Comercio mundial, virtual desaparición de las fronteras, paz mundial, mosaico cultural, tolerancia, son unos de los adjetivos favorables que se le aplican.

Destrucción de los Estados nacionales, virtual desaparición de las culturas locales, homogeneidad, comercio injusto, intolerancia a las minorías, son los adjetivos en contra.

Pero la duda sigue ahí. ¿Que demonios es eso llamado Globalización?

Tras la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 y la declaración del fin de la historia y las ideologías, el mundo no se había polarizado tanto (como se vio reflejado en Seattle en 1999, en el marco de la Cumbre de grandes capitalistas realizada en dicha ciudad, cuando los opositores a la Globalización hicieron sentir su descontento); la diferencia es que ahora los bloques no son entre países, sino entre globalizados y localistas (o altermundistas como se autodenominan o globalifóbicos, Zedillo dixit)

Si bien es cierto que el ideal socialista fue el primero en promover una revolución mundial (“Proletarios de todos los países, uníos”, reza El Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels, o el “Crear dos, tres... cien Vietnam” de Ernesto Guevara); durante la guerra fría, el bloque socialista cambió la idea de una revolución mundial por el de una guerra táctica de posiciones, que finalmente concluyó en la desaparición de la URSS y el bloque socialista, en lo que se podría interpretar como una victoria del bloque capitalista (En realidad las causas de la caída de la URSS son más profundas pero no profundizaremos sobre las contradicciones del modelo socialista en este modesto ensayo).

Finalmente, sin enemigos al frente, el bloque encabezado por Estados Unidos se dispone a convertir a todo el mundo (nunca había sido mejor aplicada dicha frase) a su imagen y semejanza. Estados Unidos como el nuevo dios del mundo y la Globalización, su iglesia.

Bill Gates ha llegado al extremo de afirmar que con la supercarretera de la información, uno de los eufemismos con los que se conoce al internet, se ayuda a consolidar el sueño de una sociedad imaginada por Adam Smith de un mercado perfecto.

“El capitalismo, que ha demostrado ser el mejor de los sistemas económicos creados, evidenció con claridad las ventajas sobre los sistemas alternativos en la última década. La supercarretera de la información magnificará estas ventajas. Permitirá a quienes producen bienes ver, mucho mejor que nunca antes, cuáles son los deseos de los clientes potenciales comprar estos bienes con mayores ventajas. Adam Smith se sentiría complacido...”.1

En contra parte, el padrino de bautizo de la Globalización, McLuhan afirmó hace años: “La Aldea Global es tribal, es una fuente de conflictos y divisiones mucho mayor que cualquier nacionalismo, la aldea es fisión y no fusión, en profundidad... La aldea no es el lugar donde hallar paz y armonía ideal, es lo opuesto”.2

Los monjes en la Aldea
Pero seguimos sin definir lo que es la Globalización, término que ha dejado atrás la vieja controversia capitalismo vs. socialismo.

El escritor italiano Alessandro Baricco, autor de Seda y City, entre otras obras, en su ensayo Next, sobre la globalización y el mundo que viene, plantea la misma pregunta y una manera alternativa de responderla.

Como no es filósofo ni sociólogo ni economista ni practicante de alguna disciplina afín, opta dejar de lado el método deductivo para ir por lo inductivo. Es decir, parte de ejemplos de los que es la globalización para llegar a una conclusión general.

Así, salió a la calle y pidió a gente común y corriente que le dieran ejemplos de lo que era la globalización y estas fueron las principales respuestas: a) En cualquier parte del mundo hay Coca-Cola, Nike o Marlboro; b) se pueden comprar acciones en todas las bolsas del mundo e invertir en empresas de cualquier país; c) Los monjes tibetanos están conectados a internet; d) Se puede comprar todo en línea; e) Madonna, Jordan y Steven Spielberg son conocidos en todo el planeta y f) los autos están construidos por partes de todas partes del mundo.

¿Monjes tibetanos chateando y surfeando por la red? Ese era un comercial de IBM para convencernos de comprar sus computadoras e incorporarnos a la Aldea Global. Indudablemente la publicidad se ha convertido ya en nuestro imaginario colectivo y creador de nuevos mitos.

Tras cuestionar cada punto y comprobar que la mayoría son verdades a medias o completamente falsas (por ejemplo, la facturación por ventas en internet de una de las principales cadenas comerciales italianas es sólo del 0.008 del total o que los monjes tibetanos definitivamente no se conectan al Internet) se pregunta: “¿Por qué hay que llamar a todo esto globalización? ¿Por qué no lo llamamos por su nombre: colonialismo?”3

¿Globalización, neo colonialismo, colonialismo? ¡Ja, la serpiente capitalista se ha mordido la cola! En dos siglos no ha avanzado. Eso sí, ha refinado sus tácticas. La colonialización ahora se hace de manera más sutil.

Los apologistas de la Globalización descalificarían dicha afirmación diciendo que de ningún modo hay colonialismo, que nada ha sido por la fuerza, que el Imperio Británico está en el basurero de la historia y que el nuevo mundo es diferente.

A eso, Baricco respondería que una de las genialidades de la Aldea Global es que las empresas expanden sus mercados cada día, ya no a costa de conquistar militarmente ningún país, sino que han descubierto que en la paz se pueden hacer mejores negocios.

“¿Cuál es el combustible de la globalización? El dinero. Tal vez no sea inútil recordarlo, reducida a lo esencial y privada de los oropeles, la globalización es un asunto de dinero. Es un movimiento del dinero. Es el dinero que está buscando un campo de juego más vasto, porque confinado en su terreno habitual no puede multiplicarse en demasía y muere por asfixia... Y aquí se muestra con evidencia la revolucionario anomalía de la globalización: que, de hecho, es un sistema estudiado para hacer respirar dinero a través de la paz. No sólo no le sirve la guerra: necesita la paz. Nunca venderéis stracchino a un país que está en guerra con el vuestro; ni iréis a producirlo a un lugar que corre el riesgo de ser bombardeado, ni siquiera aunque os regalen la leche. Aunque sólo sea una hipótesis, la globalización no había podido nacer más que en un mundo sin guerra”.4

En un mundo que evita las confrontaciones multinacionales y que ha cambio tolera las guerras siempre y cuando estén completamente focalizadas y no afecten la expansión de sus mercados, la Globalización se ha erigido como el nuevo método de colonialización.

Sin embargo, Alessandro Baricco no nos ha definido lo que es la Globalización y su mito, pero como escritor que es, a cambio nos regala una metáfora.

“Si puedo establecer una comparación, la que se me pasa por la cabeza es el Oeste. También allí el objetivo era el de ensanchar el terreno de juego del dinero para permitirle reproducirse. El asunto se presenta en términos muy elementales: el Oeste era el ensanchamiento ideal del terreno de juego: kilómetros de tierra a los que bastaba con ir a apropiarse y llenar de consumidores. El único problema era, en aquel mundo de entonces, la distancia. Y he aquí la solución: el ferrocarril. Algo así como Internet hoy en día, el ferrocarril reducía los espacios y el tiempo. Acercaba lo que estaba lejos. Hacía de un espacio inmenso un único país”.5

La Globalización es nuestro Oeste: la colonización por otros métodos. Pero dejemos de lado las metáforas y vayamos, por fin, a las definiciones.

En su ensayo Una concepción multicultural de los derechos humanos, Boaventura de Sousa Santos afirma que lejos de haber una única definición de Globalización, hay muchas porque el fenómeno no es uno solo, sino que, por el contrario, son muchas globalizaciones, se da un fenómeno distinto en cada cultura dadas las relaciones sociales especificas de cada zona.

“En estos términos, no existe estricta­mente una entidad única llamada globalización, existen, en cambio, globalizaciones; en el estricto sentido de la palabra, este término sólo debería ser usado en plural. Cualquier con­cepto más amplio debe ser de tipo procesual y no sustantivo. Por otro lado, como relaciones sociales, las globalizaciones involucran conflictos y, por tal razón, vencedores y vencidos. Frecuentemente, el discurso sobre la globalización es la histo­ria de los vencedores contada por ellos mismos. En realidad, la victoria es aparentemente tan absoluta que los derrotados acaban por desaparecer totalmente del escenario”6.

Así, prepara el camino para su definición sobre Globalización, que será la que usaremos en este modesto ensayo: “es el proceso mediante el cual determinada condición o enti­dad local extiende su influencia a todo el globo y, al hacerlo, desarrolla la capacidad de designar como local otra condición social o entidad rival. Las implicaciones más importantes de esta definición son las que se citan enseguida”7.

Si analizamos con detenimiento, dentro de esta definición subyace latente el concepto de dominación de una cultura a otra, de una sociedad a otra, de un modelo hegemónico imperialista a uno localista que resiste. Es decir, estamos hablando, como dijo Baricco, de colonialismo.

¿Pero quién ejerce ese colonialismo? ¿Los fantasmas de los imperios español, francés, alemán y británico? ¿Es el Imperio Romano resucitado?


La teología de la americanización
Cuando los primeros colonizadores de Estados Unidos, o como ellos los llaman, “Los Padres Fundadores”, descendieron de los barcos, huían de una Europa que consideraban decadente y venían al nuevo mundo a fundar su Utopía, eran peregrinos sumamente religiosos que veían en el nuevo mundo la posibilidad de crear una nueva sociedad.

Vincent Verdú, periodista español, afirma que no hay que perder de vista que uno de los principales componentes de la Utopía Americana es el arraigado discurso religioso, que desde la colonia hasta el siglo XXI se manifiesta abiertamente.

“Los peregrinos se consideraban a sí mismos elegidos de Dios e investidos con la misión de difundir el verdadero Evangelio por el mundo. En su creencia, la reforma protestante había fracasado en Europa traicionada por una inclinación ‘carnal y no religiosa’, pero hallaría al fin su pureza en el desarrollo del flamante paraíso americano. John Wintrop, el primer gobernador de la Massachussets Bay Company, formada en 1628, interpretó enseguida como un signo celestial que los indios de Nueva Inglaterra, próximos a su asentamiento, fueran arrasados por una epidemia de viruela que despejó de gente una extensión de 330 millas a la redonda. Allí tendría principio la construcción de la utopía teologal, la Ciudad sobre la Colina.”8

De ahí que Estados Unidos se sienta el nuevo pueblo elegido para redefinir al mundo a su imagen y semejanza.

Bajo una doctrina calvinista que en contrapartida a la católica, la recompensa de la obediencia a Dios se ve reflejada en este con riqueza material y aunada a una extensa geografía rica en recursos naturales, que arrebataron a los indígenas norteamericanos, el huevo de la serpiente de la potencia americana daba sus primeros pasos.

Siempre con el discurso religioso de salvar al mundo de su decadencia, que no ha cambiado desde John Wintrop hasta Ronald Reagan y George W. Bush, Estados Unidos colocaba cada ladrillo de su futura grandeza bajo el lema “In God we trust”, (En Dios confiamos) grabado en su moneda, del cual se derivan dos perlas más del ideario americano, como lo señala Verdú: “Sin la presencia de Dios no hay América” y “Los triunfadores son hijos favoritos de Dios”.9

Aquí la justificación teológica más que ideológica de su papel en el mundo, en donde han llegado al extremo de autodenominarse con el nombre del continente y que Estados Unidos sea sólo una referencia, después de todo, “God Bless America (Dios bendiga a América).

“América sería sólo una combinación de todo el mundo para la mítica composición de un nuevo mundo, y llegar a ser norteamericano no significaría tanto adquirir una nacionalidad como abrazar una mitología superior. En el pasado se pudo ser rumano o vietnamita. Pero ahora, una vez allí, se es de América. Su capacidad de absorción y metabolización dentro de ella es paralela a su potencia de seducción fuera. La pervivencia de la fantasía americana puede sufrir declives pero su ardor es siempre hondo y nunca se apaga.” 10

Crear dos, tres... cien Américas
La rápida consolidación del capitalismo norteamericano y su doctrina de ser el pueblo elegido, le llevó rápidamente a intentar expandirse. Se adueñaron del norte del continente a costillas de México, de Rusia, de estratégicas islas en el Pacífico, del Canal de Panamá pero pese a ello, llegaron tarde a la repartición del mundo. Britania ya comandaba el último imperio.

Las guerras mundiales sirvieron para consolidar su papel. Invicta e indemne en ambas conflagraciones, se levantó como una de las potencias. Ya no más colonialismo, es la era de las superpotencias.

Entonces cambiaron de estrategia. Si no era por la fuerza, colonizarían al mundo vendiendo su modo de vida, su cultura y que todo el mundo (de nuevo, nunca mejor aplicada dicha frase) soñará con barras y estrellas.

En la Guerra Fría comandaron lo que ellos llamaron el mundo libre y pese a que hubo derrotas dolorosas como la de Vietnam, en su imaginario colectivo siempre perduró la idea de la victoria final, cual Rocky Balboa que tras ser vapuleado por el soviético Ivan Drako, se levanta y gana por un increíble KO. Después de todo, son el pueblo elegido de Dios. Eso dicen y lo creen a pie juntillas.

Tras la caída del Muro de Berlín y tras la declaración de victoria de George Bush padre (“We won this war”, nosotros ganamos esta guerra), el capitalismo siguió su marcha triunfal hacia el Este.

Ya sin URSS de por medio, Gorbachov se volvió anunciante de Pizza Hut y un Mc Donald’s se instaló en la Plaza Roja de Moscú. Hamburguesas, Coca colas y los grupos de rock, todos bajo el halo del bendecido dólar, fueron uno de los tantos nuevos agentes colonizadores del nuevo mundo.

A la historia se le dio su acta de defunción y se dictaminó el fin de las ideologías. Pero el nuevo mundo necesitaba un mito, una justificación de que Estados Unidos es la nación elegida por Dios.

Y nació la Globalización, que bien mirada no es más que una gran estafa. No es que no exista dicho proceso, sino como cuestionamos líneas atrás, es sólo un eufemismo para nombrar la imposición de una cultura dominante a una local.

No le llamemos Globalización, es el nuevo colonialismo. No es una Aldea Global, es una América Global. Si hoy por la tarde tuviera antojo de una hamburguesa, podría ir a un Mc Donald’s de Querétaro y comer exactamente lo mismo que comería un ruso o un brasileño en una de las miles franquicias, que hay en el mundo.

La profecía del escritor canadiense Douglas Coupland, autor de Generación X, se ha hecho realidad: “No importa en que ciudad estés, todas tienen los mismos centros comerciales”.

No hay un proceso de Globalización en donde hay una fusión de culturas, vivimos la hegemonía de una que intenta borrar del mapa a las demás. El idioma mundial es el inglés, la moneda universal es el dólar, la comida típica la hamburguesa y la pizza y la música folclórica global es el pop. Welcome to the American Planet!

Si en realidad fuera una Globalización entendida como intercambio cultural y comercial sin fronteras, entonces, yo como consumidor podría comprar rock catalán o una revista italiana en esta ciudad al sur de la “Real America”, que se ha clonado globalmente.

Pero no. Las opciones siempre se reducen a productos culturales americanos. Si quiero leer a Albert Camus o a Baudelaire en su idioma original, sufriría demasiado para encontrar una edición en francés. Podría intentar comprarlo a través de una página de internet francesa pero vendrían los problemas de la forma de pago y el envío. ¿Libre comercio sin fronteras?

Y eso por no hablar de los demás productos culturales de entretenimiento: Esta semana en cartelera de Cinemark o Cinépolis, todas las películas son manufacturadas en Hollywood y, por ende, en inglés.

¿Música? Claro, en inglés o si es en español, se hace de acuerdo al modelo del pop norteamericano, el cual fue perfeccionado por los ingleses. No hay espacio para las alternativas.

Por ello, dejémosle de llamar a este proceso con el eufemismo de Globalización y, como dijo Baricco, démosle su verdadero nombre: colonialización.


¿Y los Derechos Humanos en la América Global?
En Vietnam pudieron resistir las bombas de NAPALM americano que los venían a liberar de las garras del ateo comunismo durante la década de los sesenta y setenta, pero veinte años después, no resistieron el lento pero envolvente embate de la nueva forma de producción gestada en la globalización.

Para abaratar costos, aprovechando que los medios de transporte han acortado literalmente las distancias y que el internet facilita las comunicaciones, el modo de producción se alteró, se aprovechó la división social del trabajo, la cual ya no es fragmentada en una fábrica y se optó por dividirla en el mundo.

Así, unos tenis Nike se maquilan en diversas partes del mundo, perdón, del todavía existente y cada vez más lacerado tercer mundo. En una maquiladora en la frontera norte, Ciudad Juárez pongamos por ejemplo, unas mujeres que alquilan su juventud harían las suelas por menos de tres dólares como salario; los forros los harían unas niñas vietnamitas en talleres con condiciones infrahumanas de trabajo, que más parecen parcelas de esclavitud, por menos de dos dólares al día; y, finalmente, la etiqueta, se pegaría en una fábrica en una suburbia de Oregon, EUA, por un obrero que sólo alcanza mirar su cielo gris mientras ve como su hijo mayor y para él que soñó un futuro mejor, después de dejar su Mc Job como freidor de papas en Mc Donald’s, se incorporan a ese monstruo devorador de vidas que se ha vuelto su fábrica. Esta es la otra globalización. Es la pesadilla de la globalización. Es el american dream vuelto nightmare. El sueño de la utopía produce monstruos.

¿Es este el sueño americano que soñaron los fundadores de Estados Unidos? ¿Es este el Planeta Americano, para usar la frase de Vincent Verdú, que esbozó Franklin?

Su constitución reza: "Sostenemos que estas verdades son manifiestan: que todos los hombres son iguales ante Dios, que su creador los ha dotado de ciertos derechos inalienables, que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.11

Indudablemente, en esa idea se manifiesta una idea antecesora de los derechos del hombre, sin embargo, esto es más una excepción que una regla en la América Global.

¿Pero que son los derechos humanos? En este mundo americanizado, las palabras y conceptos se han vuelto “vacías”, como apunta Mario Álvarez Ledesma, por lo dúctil del lenguaje.

“Y es que, como muchos otros conceptos, el de derechos humanos posee un carácter multidimensional; por tanto, se desenvuelve con personalidad propia y, por ende, con usos y efectos singulares, no sólo en su dimensión jurídica, sino también en otras como la filosófica y la política”12.

Pero vayamos a lo básico, en la Declaración Universal de Derechos Humanos sea firma lo siguiente: “como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción”.

Así, se enumera los derechos humanos, de los cuales el primero es: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”, el cual, en esencia, es el mismo postulado que el de la constitución estadounidense.

Siguiendo un patrón lógico, todo indicaría que Estados Unidos es el encargado de vigilar este postulado básico de convivencia humana. A menos eso es lo que nos dicta la lógica, pero en cuestiones de definiciones y circunstancias, aplica la que las le conviene, aprovecha la definición multidimensional.

“El ‘vacío conceptual’ es el resultado del uso indiscriminado de un concepto por causa de aprovechar su carga emocional y la natural ambigüe­dad de su significado. La ambigüedad se gesta ya porque dentro del mismo discurso puede una palabra lo mismo significar A que B (bueno que malo, justo que injusto, negro que blanco) lo que al final, como es de suponerse, hace que la expresión "se vacíe" pues ya no significa nada en tanto puede usarse para todo, sea porque se asignan a un concepto contenidos irrecon­ciliables con su origen doctrinal o ideológico, o se vaya en contra de su uso más aceptado. Estas circunstancias afectan de manera especial al concepto de derechos humanos, debido a que en ciertos discursos a éstos se les asigna significa­ciones sustantivamente contradictorias con el origen histórico y el uso "normal" del término en sus diferentes juegos de lenguaje. Es en estos casos donde reaparece el vínculo directo entre la idea de derechos humanos y la posición teórica o de fundamentación que se profese”13.

Así, los Derechos Humanos se han convertido en bandera, causa y justificación de muchas reivindicaciones y arbitrariedades. Si para el globalizador Estados Unidos es una prerrogativa que todo mundo pueda consumir MC Donald’s, quizá para un nigeriano es tener acceso a medicinas, las cuales, por cierto, son vendidas a precios muy altos por empresas norteamericanas.

Cada cual con sus Derechos Humanos. Mientras el artículo 23 dice. “Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo”, en las maquiladoras de la frontera México-Estadounidense, muchas personas se dan por bien servidas mientras no sean despedidos aunque las condiciones laborales cada día sean más magras.

Visto desde ese punto de vista, sí se respetan los Derechos Humanos. Todo es cuestión de enfoques, aunque en el fondo a la Declaración Universal no se le dé el mínimo respeto.

América y sus ‘Derechos Humanos’
Los Estados Unidos están orgullosos de su Carta Magna. La ponen como un triunfo de la razón y la tienen en el más alto sentido ético. Eso nadie lo discute. Pero ¿en la América Global, Estados Unidos respeta los Derechos Humanos del resto del globo?

Sólo para saciar nuestra curiosidad leamos las primeras líneas del informe 2005 de Amnistía Internacional referente a los Estados Unidos de América:

“Centenares de personas siguieron detenidas sin cargos ni juicio en la base naval estadounidense de Guantánamo, Cuba. Durante las operaciones militares y de seguridad realizadas por Estados Unidos en Irak y Afganistán se detuvo a miles de personas y se les negó de forma sistemática el acceso a familiares y abogados. Se iniciaron o llevaron a cabo investigaciones militares sobre las denuncias de tortura y malos tratos a detenidos infligidos por personal estadounidense en la prisión iraquí de Abu Ghraib y sobre los informes de muertes bajo custodia y malos tratos perpetrados por las fuerzas estadounidenses en otros lugares de Irak, así como en Afganistán y Guantánamo. Salieron a la luz pruebas de que el gobierno de Estados Unidos había autorizado técnicas de interrogatorio que violaban la Convención de la ONU contra la Tortura. Comenzaron en Guantánamo las vistas preliminares de las comisiones militares, pero se suspendieron en espera de la resolución de un tribunal estadounidense. En Estados Unidos murieron más de 40 personas como consecuencia de los disparos efectuados por la policía con pistolas Taser, lo que suscitó preocupación sobre la seguridad de estas armas. Se continuaron imponiendo y ejecutando penas de muerte”.

Eso es sólo un breve vistazo que nos sirve para comprobar que EUA es el país que menos respeta los Derechos Humanos en el mundo. Paradójicamente, el vecino país del norte se asume como el paladín defensor de éstos. ¿Qué es lo que pasa? Acaso cada nación tiene su noción de Derechos Humanos y se impone la del país con más armas. ¿O simplemente se aplica la noción que convenga para cada caso?

Por una redefinición de los Derechos Humanos ante el fracaso de la Utopía Americana

Cuando en 1948 se hizo la Declaratoria Universal de los Derechos Humanos el mundo era diametralmente distinto al actual. Recién el mundo despertaba de los horrores de la Segunda Guerra Mundial y era urgente definir el rumbo que la humanidad debía seguir.

El mundo era distinto: dos potencias peleaban por imponer su ley, dos visiones del mundo que buscaban coincidir para dar una nueva definición de los principios fundamentales del hombre.

Sin embargo, 50 años después se cometen muchas violaciones a los Derechos Humanos precisamente por la nación “elegida por Dios” para salvaguardar esto. Tan seguro están de ello, que el presidente George W. Bush calificó como tonterías el informe de Amnistía Internacional.

Es obvio que no son los derechos humanos los culpables: estos “como cualquier otro instrumento, dependen de la utilización buena o mala, moral o inmoral de que sean objeto para convertirse, respectivamente, ya en aliados de la justicia y el derecho, ya en cómplices de objetivos egoístas y espurios. Para lograr lo primero, no basta la consagración de los derechos humanos en declaraciones o tratados internacionales, Constituciones o leyes nacionales, sino que es menester el impulso insustituible de la voluntad política de gobiernos democráticos comprometidos con los fines de la sociedad a la que deben servir”14

Aunque desde entonces no se han dejado de enriquecer la noción de Derechos Humanos, como por ejemplo con la incorporación de los Derechos de los Pueblos, cuando de justificación política se trata, siempre se recurre a la definición básica, que Estados Unidos las interpreta a su manera en su América Global.

Por ello, ante el nuevo escenario mundial debe de replantearse la noción fundamental de Derechos Humanos. En un mundo “Globalizado”, que se pretende homogéneo, aunque en el fondo no sea más que una clonación bizarra del American Dream,

“Esta voluntad proviene de la adopción, según se señaló al principio de este apartado, de una postura ética que parte del presupuesto de que toda violación a los derechos humanos se concibe no sólo como una vulneración del orden jurídico, sea internacional o de los Estados, sino como una afrenta a una cierta moralidad de la humanidad, a valores o principios éticos de validez jurídica y política de aceptación universal, aunque desafortunada­mente no de universal observancia. Lo cual deviene, conviene hacer hinca­pié, del hecho de que la noción 'derechos humanos', en nuestra comunidad lingüística y cultural alude a las actividades o prácticas relativos al respeto, protección, promoción o reivindicación de la persona humana ante una o varias formas de manifestación de poderes sociales o políticos. Es, sucin­tamente, una concepción de moral positiva acerca de la persona humana y de la relación que respecto de ella deben guardar, en la realidad, sociedades e instituciones. Es un punto de vista, una idea de justicia para juzgar la actuación de esas sociedades y de esas instituciones”15.

No es intención de este modesto ensayo plantear que rumbo debe tomar el nuevo debate sobre la concepción de los Derechos Humanos, su intención simplemente ha sido evidenciar las contradicciones que en nombre de estos se cometen por Estados Unidos en un mundo que ha colonizado, en el que las brechas de pobreza entre clases se ha ensanchado y el hombre cada vez es más mercancía y menos humano porque se ha vuelto virtualmente esclavo de unas cuantas trasnacionales a las que alquila a bajo costo su juventud.

Desde esa perspectiva se deberían replantear los Derechos Humanos. Pareciera que la discusión se ha retrasado dos mil años y todavía existe una separación de clase tan rigurosa como en la era del esclavismo en la Era Antigua. O se es libre y empresario o se es esclavo y trabajador.

Todo esto se desprende del gran fracaso que ha significado la Utopía Americana, el gran fiasco de la “nación elegida por Dios” para crear el paraíso en la tierra, en donde todos los hombres tuvieran las mismas oportunidades.

Cerremos esta reflexión con las palabras de Vincent Verdú al respecto:

“La idílica Revolución norteamericana se encuentra a estas alturas tan humanamente fracasada como la de la URSS. El aura de las utopías inaugurales se ha apagado en América con las desigualdades sociales, las corrupciones políticas, los controles policiales de la intimidad, las operetas judiciales al estilo O. J. Simpson, los más que tolerados abusos de las corporaciones, las discriminaciones sociales y raciales... En cuanto a la proclamada libertad de sus tierras, el dinero es soberano desde la elección de un presidente a la elección de un emigrante legal, y los derechos humanos por los que dice combatir universalmente se subordinan a los dictámenes de un buen contrato en Pekín o con Santiago de Chile ... No hay grandeza ideológica que autorice a América para arrogarse el liderazgo de la Humanidad. Más bien, su deriva actual desdeña la complejidad de la condición humana en provecho del estricto balance material”16.

Fuentes
Álvarez Ledesma, Mario I. Acerca del concepto derechos humanos. Mc. Graw Hill, México 1998

Baricco, Alessandro. Next. Sobre la globalización y el mundo que viene. Anagrama. Barcelona. 2002

Boaventura de Sousa, Santos. Una concepción multicultural de los derechos humanos.

Gates, Bill. Camino al Futuro. Mc Graw Hill. México 1995

Gordony, W. Terence; Willmarth, Susan. McLuhan para Principiantes. Era Naciente. Argentina 1998

Johnson, Paul, Estados Unidos, la historia. Argentina. 2001.

Verdú, Vincent. El planeta americano. Anagrama. Barcelona 1996.
1 Bill Gates. Camino al Futuro. Mc Graw Hill. México 1995. p180.
2 En diálogo con Geral E, Stern, McLuhan Hot and Cool. W. Terence Gordony, Susan Willmarth. McLuhan para Principiantes. Era Naciente. Argentina 1998. p 123
3 Baricco, Alessandro. Next. Sobre la globalización y el mundo que viene. Anagrama. Barcelona. 2002
4 Ibid. pp 28 y 29.
5 Ibid. p 30
6 Boaventura de Sousa Santos. Una concepción multicultural de los derechos humanos.
7 Ibid.
8 Verdú, Vincent. El planeta americano. Anagrama. Barcelona 1996. p 30
9 Ibid. pp 32, 36.
10 Ibid. p 26.
11 Johnson, Paul, Estados Unidos, la historia. Argentina. 2001. p 158
12 Álvarez Ledesma, Mario I. “Acerca del concepto derechos humanos”.Mc. Graw Hill, México 1998
13 Álvarez Ledesma, Mario I. “Acerca del concepto derechos humanos”.Mc. Graw Hill, México 1998
14 Ibid.
15 Ibid
16 Verdú, Vincent. El planeta americano. Anagrama. Barcelona 1996. p 169

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